Gestionar las emociones

Por: Bárbara Zorrilla

Las emociones son estados somáticos (físicos) más o menos intensos que surgen como respuesta a determinados estímulos, buscan la adaptación al medio y son fundamentales para nuestra supervivencia.

El término emoción proviene de la raíz latina emovere que significa movimiento. Se caracterizan por ser reacciones afectivas, más o menos espontáneas, ante eventos que nos resultan significativos e implican una evaluación de la situación (lo que está ocurriendo) para disponerse a la acción (para emitir un comportamiento adecuado a eso que nos ocurre).

Son muchas las personas que preguntan si emoción y sentimiento es lo mismo, así que aprovecho para aclararlo. Aunque ambos términos se usan indistintamente, en realidad los sentimientos son producto de la elaboración de las emociones. Tenemos sentimientos como resultado de la experimentación de la emoción y de los pensamientos que la acompañan.

Las emociones son más intensas, como si nos inundaran, los sentimientos son más suaves y más sostenidos en el tiempo porque detrás tienen ideas que lo sostienen (.por ejemplo la emoción de la atracción frente al sentimiento de amor en una pareja estable y duradera)

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?
Aunque hablemos comúnmente de emociones positivas y negativas (en función de la relación de las mismas con nuestro bienestar psicológico), éstas no son ni buenas ni malas, son todas útiles porque nos sirven para adaptarnos al medio. Nos informan que algo está sucediendo, nos movilizan e indican el estado de nuestras relaciones. Por ejemplo, si yo veo un perro fiero que viene hacia a mi corriendo, mi corazón se dispara, mi ritmo respiratorio se acelera y mis músculos se ponen en tensión, siento miedo, emoción necesaria que me prepara para huir o enfrentar la amenaza, en este caso, el perro.

Las emociones son fundamentales para nuestra supervivencia, nos dicen cómo nos encontramos para que actuemos en consecuencia. Y además sirven a una importante función social.

Todas las personas de todo el mundo experimentamos emociones. Existe un código universal en cuanto al conjunto de signos que manifiesta cada tipo de emoción. Observar una determinada expresión de la cara en el otro (aquí o en China, hace 1000 años o ahora) nos permite identificar rápidamente en qué estado anímico se encuentra esa persona y esa información nos ayuda a regular y adaptar nuestra actitud, la forma de acercamiento y comunicación y el contenido de la expresión verbal a la hora de dirigirnos a ella. (Si veo a alguien triste, le hablaré despacio, le ofreceré muestras de cariño, sin gritos..)

Las emociones por tanto, cumplen una función de adaptación al contexto de las relaciones interpersonales y como elemento de aprendizaje y contribuyen al proceso de socialización de los individuos.

Tened en cuenta que las emociones como la alegría, la tristeza, la ansiedad o el enfado suelen aparecer muy a menudo en situaciones de interacción con otras personas. Resulta infrecuente que de repente nos enfademos a no ser que nos acordemos de alguna situación pero suele estar vinculada a alguien.

Además, mi manera de manifestar y expresar una emoción condiciona de modo muy importante como se van a comportar los demás conmigo ahora y en el futuro. Así, por ejemplo, mi ansiedad, mi miedo o mi enfado en una situación determinada producen determinados comportamientos (como llorar, o gritar, o acusar, o marcharme) que pueden resultar poco útiles para mis objetivos en esa situación, además de deteriorar la relación con las personas que tengo delante.

¿CÓMO GESTIONAR MIS EMOCIONES?
Esto significa que las emociones, además de ser reconocidas y controladas, tal como hemos visto hasta ahora, deben ser expresadas (con palabras y con gestos) de tal modo que produzcan el efecto que deseamos.

Hay que tener en cuenta que en la expresión de emociones, como en toda las conducta sociales, existen “reglas” que establecen lo que es adecuado y lo que no lo es; estas reglas varían según el contexto en que se produce la relación y según mis objetivos (por ejemplo a un amigo le puedo decir “estoy hasta las narices del puñetero Fulanito” incluso poner mal gesto. A un jefe le diría “me siento francamente molesto cuando Fulanito hace tal y pascual porque…”). Así, un mismo comportamiento puede ser adecuado o no dependiendo de la circunstancia y de lo que uno pretende conseguir (¿es “adecuado” contar un chiste en medio de un funeral? ¿Y contar el mismo chiste en una reunión de amigos?).

Reconocer nuestras emociones y saber manifestarlas es, pues, un elemento esencial de nuestra competencia social y de nuestra capacidad para el autocontrol, en definitiva, de nuestra inteligencia. Por eso es necesario informarse y formarse, para conseguir utilizar toda la fuerza de las emociones y ponerla al servicio de nuestros objetivos, en lugar de arrepentirnos por habernos dejado llevar por ellas, y, comportarnos de forma que nos hage daño.

Bárbara Zorrilla Pantoja
Psicóloga col. M-24695
barbarazorrillapantoja.com