El experimento del miedo funciona

Por: El Vigía

Muchos tienen la impresión de que los políticos están realizando un experimento a escala mundial con la excusa del Covid-19. Con medidas extremas como el confinamiento de la población y las imposiciones y prohibiciones más diversas se está probando la capacidad de aguante de las personas y, como se puede comprobar, ésta es infinita. Los que dirigen el mundo, tan contentos.

Cuando la pandemia del coronavirus se extendía por todo el mundo sembrando la muerte, algunos países, aunque no todos, decretaron el confinamiento de la población en sus viviendas. En España, el cierre fue total y duró hasta tres meses para la mayoría. La gente lo aceptó con naturalidad y con aplausos. Hasta el Parlamento estuvo semicerrado, lo que a un Gobierno como el de Sánchez le va muy bien porque así no tiene que soportar las críticas de la oposición ni dar cuenta de su gestión.

Asimismo, cuando más necesaria era la mascarilla por los efectos del virus no la tenían ni los médicos que combatían en primera línea contra la enfermedad. Ahora, cuando sólo hay unos cientos de casos, la mascarilla-bozal es obligatoria. Nos han hecho creer que es para evitar la propagación de la pandemia, pero a los políticos les gusta ver embozada a la gente, aunque vayan solos en sus coches o paseando en solitario por el paraje más recóndito. Todo el día con el bozal, expuestos a cualquier infección. Puede que no nos mate el virus, pero sí nuestras propias bacterias.

Ahora se apunta a los jóvenes del botellón como responsables de los brotes. Siempre hay que buscar culpables. Y qué mejor que los asintomáticos. Nos quieren asustar con estos porque como no se sabe quiénes son así consiguen su objetivo de que todos recelen de todos. El enemigo puede ser cualquiera y nos rodea. Más miedo.

No contentos con las imposiciones, van y prohiben fumar en la calle y en las terrazas sin dar una explicación científica creíble. ¿No permitieron reuniones de personas en las terrazas? ¿Por qué prohibir ahora fumar? Simplemente es otra prueba para ver el aguante de la gente, que acatará la prohibición sin rechistar. Y los bares y restaurantes que trataban de levantarse, condenados al cierre y al paro.

Este experimento del miedo ha continuado durante todo el verano. Las autoridades sanitarias no se han cansado de contar en directo los pequeños brotes ocurridos en distintas poblaciones. No es de extrañar que otros países hayan recomendado a sus ciudadanos no viajar a España. Si las autoridades sanitarias españolas lanzan las alertas habrá que prestar atención. La consecuencia es que los turistas que abarrotaban nuestras playas y ciudades todos los veranos este año nos han dado la espalda. ¿No se trataba de sembrar el miedo? Pues ahí están sus efectos: si el sector turístico esperaba salvar la temporada a trompicones, el Gobierno se ha encargado de darle el golpe de gracia.

Pedro Sánchez, aprendiz de brujo, no parece estar muy preocupado con las consecuencias de la pandemia: 45.000 muertos, hundimiento de la economía, seis millones de parados, una deuda pública inasumible, millones de niños sin saber si van a empezar el curso en los colegios, etc. Quizá piense que pese a esa cruda y dura realidad ha merecido la pena el experimento del miedo. Con personas que han dejado de ser ciudadanos -con sus derechos y libertades conculcados o restringidos- es más fácil gobernar. Y a los que se hayan quedado por el camino, que son muchos pese a la propaganda oficial, pues a darles una paguita y hacerles ver que se la deben a él, al todopoderoso presidente que tanto se desvela por los españoles desde la casa-palacio de La Mareta o desde Doñana, lejos de las mascarillas. El miedo no nos hará libres.