La Academia de San Fernando expone Fue un hombre. Laxeiro en América

La muestra Fue un hombre. Laxeiro en América (Buenos Aires, 1950-1970), abierta hasta el 24 de julio, busca situar al pintor de Lalín en un lugar destacado de la vanguardia española del siglo XX

La exposición itinerante Fue un hombre. Laxeiro en América (Buenos Aires, 1950-1970) protagoniza en 2022 el Año Laxeiro. A través de la Fundación Cidade da Cultura, la Xunta de Galicia, en colaboración con el Ayuntamiento de Lalín y con la Academia de San Fernando, organiza esta exposición con el objetivo de difundir el legado de uno de los grandes renovadores de la pintura gallega.

En el año 2022, Galicia rinde homenaje al pintor José Otero Abeledo, Laxeiro (1908-1996), uno de los padres de la vanguardia pictórica gallega. Comisariada por Carlos López Bernárdez, historiador y crítico de arte, la exposición Fue un hombre. Laxeiro en América (Buenos Aires, 1950-1970) reúne cuarenta piezas procedentes de diversas instituciones, como el Museo Municipal Ramón María Aller de Lalín, el Museo de Pontevedra o Afundación, centradas en la época de madurez del pintor, que se instaló en Argentina durante veinte años sumergiéndose en el ambiente intelectual de la capital porteña, foco de la emigración y el exilio gallego. La muestra presenta una selección de algunas de las obras más importantes que conforman el catálogo razonado de Laxeiro, proyecto dirigido por la Fundación Laxeiro que, tras diez años de investigación, supuso el primer registro exhaustivo de un artista gallego.

Con el título de una destacada obra de Laxeiro de los años sesenta, Foi un home (1963), la exposición pretende desarrollar una nueva visión sobre la obra del pintor en plena madurez, la que realiza durante su larga estancia en Argentina entre 1950 y 1970.

Laxeiro viaja a Buenos Aires a inicios de la década de los cincuenta con motivo de presentar una exposición colectiva de artistas gallegos, pero acabará quedándose veinte años, en el que se considera el período donde adquiere una mayor independencia artística. Permanece en Argentina hasta 1970, con algunas temporadas en España. En ese mismo año se realiza una gran retrospectiva de su obra en la Art Gallery International de Buenos Aires. En 1968 celebra una exposición en la galería Biosca de Madrid, y ese mismo año se inaugura el Museo Laxeiro en Lalín (Pontevedra), hecho que influye en su deseo de regresar de América.

La trayectoria de Laxeiro en estos años permite ligar el arte que se hace en Galicia con el importantísimo núcleo intelectual exiliado en América, más concretamente en Argentina. En este sentido fue decisiva en el recorrido vital y artístico de Laxeiro la exposición Artistas gallegos, organizada por el Centro Gallego de Buenos Aires en 1951, ya que a partir de esta fecha el pintor fijaría su residencia en la capital argentina. Este hecho supuso un punto de inflexión hacia una nueva etapa.

Laxeiro se incorpora a partir de principios de los cincuenta al núcleo de la cultura gallega en América, el asentado en Argentina, donde había destacado la figura de Castelao –fallecido en enero de 1950–. Entre los exiliados gallegos habían estado o estaban pintores y escritores como Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Maruja Mallo, Manuel Colmeiro, Luis Seoane o Arturo Cuadrado, a los que se sumarían años después otros artistas como Isaac Díaz Pardo. La colaboración entre intelectuales y artistas gallegos en el exilio americano y en el exilio interior comenzó a intensificarse a partir de 1946, año en el que, por ejemplo, se recupera el contacto epistolar de Luis Seoane –el principal dinamizador de la cultura gallega en América– y los artistas y escritores que residían en Galicia, como Francisco Fernández del Riego y Carlos Maside, a lo que seguirían nuevos contactos con Aquilino Iglesia Alvariño, Ramón Otero Pedrayo, Ramón Piñeiro, Valentín Paz-Andrade o Domingo García-Sabell.

El intercambio de ideas, trabajos y proyectos de colaboración comenzó a hacerse realidad, superando los impedimentos que la censura y la policía franquista ponían a un grupo de intelectuales que, como recuerda Del Riego, “unos permanecieron aislados, silenciosos, en el exilio interior. Otros se vieron forzados a huir a tierras foráneas. Los que aquí quedaron tuvieron que mantenerse enmudecidos, vigilados siempre por la policía de los sublevados”. Fruto de los contactos de los representantes del Centro Gallego con Francisco Fernández del Riego y Valentín Paz-Andrade, se decide realizar una muestra de arte gallego en Buenos Aires. Finalmente, la exposición fue abierta el 23 de julio de 1951 en la galería Velázquez de Buenos Aires con una extraordinaria concurrencia de público a la inauguración y en los días sucesivos. El Centro Gallego compró obra de cada artista presente: A sesta de Maside, Conto de nenos de Laxeiro, Natureza morta con sardiñas de Prego, A fonte de Julia Minguillón, Nacemento de Díaz Pardo, Festa na aldea de Pesqueira y Cruceiro de Faílde. Además, Laxeiro vendió A dama do abanico a la Sociedade de Fillos de Lalín, que la donó al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. En el caso particular de Laxeiro, a partir de esta muestra decidió quedarse en Argentina, participando en la evolución del arte gallego desde América, incorporándose al ambiente cultural y artístico del exilio gallego.

 

EL LAXEIRO ARGENTINO

Laxeiro va a mantener en su obra la fidelidad a los temas gallegos de su formación, aunque experimenta una intensa evolución formal. Su etapa argentina, a partir de 1950, hace que se mueva en un ambiente cosmopolita y gallego al mismo tiempo, abierto a todo tipo de influencias y contactos, aunque con una fidelidad intensa a los temas de tradición vernácula. Su obra oscila a esas alturas entre la continuidad y una mayor agresividad de la pincelada, más próxima al expresionismo abstracto, con obras de una gestualidad que conecta con las corrientes internacionales, sin perder el aire y la textura de su pintura anterior. En estas obras, con su lenguaje primitivista, disuelve la realidad en color y gesto, creando estructuras rítmicas de trazo enérgico, pero conservando un mundo peculiar a sugerencia de su universo referencial, con Galicia de fondo.

La evolución que manifiesta la obra de Laxeiro en los años cincuenta profundiza en esta línea durante los sesenta. Obras como Foi un home (1963) o Jefe azteca (1964), con su radicalidad de sentimientos, se aproximan al retrato psicológico, reproduciendo la sensación de sufrimiento y de intenso dolor. El dolor del individuo encerrado en un espacio indefinido, haciendo palpable de este modo la condición de angustia y tormento del hombre. Se trata de un aspecto que liga la obra de Laxeiro a los movimientos europeos de posguerra, que muestran un retrato despiadado del ser humano contemporáneo.

El nexo con el informalismo se hace evidente en esas pinturas y alcanza resultados de enorme potencia visual. Como en otras obras de esta corriente persiste la sensación de que Laxeiro pretende “expresar” más que “representar”, en el sentido de que la pintura se esparce por el lienzo como una descarga de tensión acumulada. El pintor se convierte, entonces, en un creador que deliberadamente renuncia a la carga intelectual de la pintura de tradición clásica. Esto es algo evidente en el conjunto de su obra, pero se hace mucho más rotundo en este momento. La intensidad del trazo y de la pincelada no es puramente casual y desordenada, ya que el pintor escoge los colores entre su paleta habitual, modula texturas y dirige el gesto. De ahí el calificativo de gestual.

Laxeiro conecta con la sensibilidad informalista a partir de referencias figurativas elementales (cuerpos, rostros), que pueden recordar a las utilizadas por Antonio Saura o también las conocidas Women de Willem de Kooning, con una gama cromática sombría y reducida. A la intensa fuerza plástica y a la calidad de las obras hay que unir el profundo malestar que causa su tratamiento de la figura humana. Se trata de óleos de enorme rotundidad e intensidad, presididos por el dolor y el desarraigo existencial, que sirven de canal para la expresión de una vivencia angustiosa. Lienzos que conectan con un tipo de pintura que podría definirse de existencialismo trágico. No se divisan ya ideales, apenas queda una presencia brutal, áspera y primaria. Hay en estas obras un evidente eslabón del primitivismo de la estética del granito –como lo hay en la pintura de la posguerra, por ejemplo, en el francés Jean Fautrier, más ajeno a cualquier intención trascendente–.

Los rostros que representa Laxeiro en estos años son, sin duda, más espectrales que auténticamente corporales. El pintor se sitúa, por lo tanto, al lado de los hijos de la tragedia que vivió el mundo en la década de los cuarenta, presentando una visión primaria de trazos ásperos y crudos, toda una radiografía de un tiempo convulso y creativo, decisivo en el asentamiento de la pintura del artista gallego, siendo obras que lo conectan con la contemporaneidad internacional.

Sobre el positivo efecto que la larga permanencia americana tuvo en su obra, existe el testimonio de Luis Seoane, quien en una carta dirigida a Francisco Fernández del Riego en 1965 decía: “A Laxeiro le hizo mucho bien su estancia en Buenos Aires, al establecer contacto con otra pintura y otros artistas para situarse de manera más definida en nuestra época, proyectarse en nuevas búsquedas sin que le apremiasen para vivir los posibles clientes que solo gustan del tema pintoresco”.