La tabernera del puerto regresa al Teatro de la Zarzuela
Que ‘La tabernera del puerto’ de Pablo Sorozábal es una obra maestra hay pocos que lo cuestionen. Algunos la consideran, sin duda con razón, algo así como la Traviata de la zarzuela, mientras otros la estiman como la última gran zarzuela de la historia. Fue estrenada en el Teatro Tívoli de Barcelona en mayo de 1936 –pese al éxito indiscutible, con no pocos problemas para el compositor debido a los tiempos convulsos que dos meses después derivarían en la Guerra Civil–, y en Madrid en marzo de 1940 –una vez terminada la contienda– en el Teatro de la Zarzuela. Ahora, 81 años después de aquella premier madrileña, regresa a este mismo escenario con un montaje emotivo, en ocasiones poético y, ante todo, profundamente teatral y documentado del director de escena Mario Gas.
Están programadas 8 funciones entre el 19 y el 28 de noviembre, de este ‘romance marinero en tres actos’ cuyo libreto original lo firman los dramaturgos Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw.
Mario Gas tiene profundas razones para que su trabajo venga repleto de una muy especial carga de emotividad y de conocimiento. Sus vínculos familiares le convierten en agudo conocedor de la obra de Sorozábal. No en vano, en el reparto que participó en el estreno de ‘La tabernera del puerto’ en el Teatro de la Zarzuela el 23 de marzo de 1940, su padre, el bajo Manuel Gas, que a lo largo de los años llegó a tener una estrecha relación con el compositor, cantaba el papel de Simpson con el que a partir de aquella presentación alcanzaría grandes y continuados éxitos.
Otro de los platos fuertes de la propuesta del Teatro de la Zarzuela es la escenografía y el vestuario, que firman respectivamente el genial Ezio Frigerio y la oscarizada (‘Cyrano de Bergerac’, 1991) Franca Squarciapino, cuyo trabajo acabamos de disfrutar en su montaje de ‘Los gavilanes’ en este mismo Teatro de la Zarzuela, y ambos historia viva de una de las más brillantes generaciones teatrales de todos los tiempos, con el actor y director de escena Giorgio Strehler y el actor, dramaturgo y director Eduardo De Filippo como sus cabezas y referencias más visibles.
El conjunto de ambas artes, la escenográfica y la del vestuario, llega a ser por momentos ensoñadora, a lo que contribuye la videoescena de Álvaro Luna.
La programación de ‘La tabernera del puerto’ es siempre un acontecimiento, pero el interés sube enteros si el equipo artístico que la pone en pie tiene la altura que la obra exige, como es el caso. A Mario Gas, Ezio Frigerio y Franca Squarciapino, se suma en esta propuesta la dirección musical de Óliver Díaz que estará al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid (Titular del Teatro) y del Coro Titular del Teatro de la Zarzuela, así como de un doble reparto que supera con creces los muy especiales atributos vocales que reclama la composición del maestro Sorozábal.
La de ‘La tabernera del puerto’ es una partitura evocadora, de atmósfera impresionista y repleta de aires portuarios, de ultramar, de mestizaje y de fusiones modernas. Óliver Díaz reflexiona al respecto asegurando que la música de ‘La tabernera del puerto’ “es hija de su época, pues responde a lo que ya se hacía en el resto de Europa: por una parte está el Verismo y por otra el Impresionismo. El compositor emplea magistralmente acordes, sonoridades y colores orquestales para describir el ambiente marinero del pueblo, recrear un acordeón en una de las canciones o dar vida a una galerna en escena”. El director alude también a la variada instrumentación a la que recurre Sorozábal para describir los exóticos paisajes de ultramar; “todo resuelto con una gran capacidad de síntesis y de genialidad que caracteriza la obra del compositor”.
A LA ALTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS
Eso es lo que deben transmitir músicos y cantantes. Y para ello, para que el espíritu legítimo de la obra llegue a la sala, y desde allí vuelen hasta el escenario como genuina respuesta las muestras de satisfacción y el regocijo del público, es necesario contar sobre las tablas con un reparto a la altura de las circunstancias, que en este caso es mucha.
No hay peligro. En esta ocasión la garantía de solvencia está servida por cualquiera de los flancos desde el que se mire: formarán los elencos las sopranos María José Moreno y Sofía Esparza en el papel de Marola (la joven tabernera que provoca amores y envidias), los barítonos Damián del Castillo y Rodrigo Esteves en el de Juan de Eguía (el dueño de la taberna que mantiene una extraña relación con Marola, que todos creen su esposa), los tenores Antonio Gandía y Antoni Lliteres, que encarnan a Leandro (el joven marinero que se desvive de amor por Marola), los bajos Rubén Amoretti e Ihor Voievodin como Simpson (curtido lobo de mar inglés, borracho y único depositario del oscuro pasado de Juan de Eguía con quien comparte un turbio interés), la soprano Ruth González haciendo las veces de Abel (joven músico callejero que bebe los vientos por Marola, cantando a los siete mares su belleza y sus gracias), la actriz-cantante Vicky Peña dando vida a Antigua (sardinera desposada con el marino Chinchorro, como este muy dada a consolarse con la botella y celosa de sus continuas visitas a la taberna), el actor-cantante Pep Molina como Chinchorro (marinero, muy dado a la bebida, patrón del barco en el que tripula el joven Leandro), el tenor-actor Ángel Ruiz, cuyo personaje es Ripalda (dueño del Café del Vapor, competencia de la taberna de Juan Eguía y lugar que acoge alguno de los momentos reveladores de la trama), el bajo Abel García, que interpreta a Verdier (extraño marinero marsellés, antiguo conocido de Juan de Eguía, con quien tiene un oscuro negocio entre manos), el actor Agus Ruiz, el actor-cantante Didier Otaola y el también actor Ángel Burgos, que representan respectivamente a los marineros Fulgen y Senén y al sargento de carabineros Valeriano. Junto a ellos alternarán la escena 7 actores.
Es necesario destacar también la siempre pulcra e inteligente iluminación de Vinicio Cheli y la naturalidad del movimiento escénico creado por Aixa Guerra.
“Este Romance marinero no es una obra realista ni lo pretende; se trata de un relato teatral teñido de un vapor de leyenda, o elemento poético, en el que se explica una historia de contrabando y de amor en un pueblo marinero”. Mario Gas quiere ser fiel a la obra y que los intérpretes ayuden a “contar la historia con todo el sentimiento y toda la verdad que permite el teatro”, porque aquí se combina la pasión teatral con la cultura popular.