Putin, el último tirano soviético
Cuando cayó el Muro de Berlín, en 1989, gracias al presidente Mijail Gorbachov, gran Estadista, permitan que en este caso lo ponga con mayúsculas, las televisiones nos ofrecieron imágenes históricas de aquel magno acontecimiento: la libertad había vuelto al mundo, se había roto el Telón de Acero. Han pasado tres décadas. Nadie podría imaginar por entonces que volvieran los tiempos de la guerra a Europa, menos en el siglo XXI con una población ya consciente, muy consciente, de lo que supone resolver las disputas a tiros y cañonazos.
Personalmente, tras caer el Muro de Berlín, realicé algunos viajes por Europa del Este y, también, por Ucrania y Rusia.
Estuve en Berlín en 1990, en la línea del Muro, recuerdo que se vendían postales del famoso soldado saltando, fusil al hombro, del lado comunista y dictatorial, al lado de la libertad, Occidente. Compré esa postal. Alemania se había unificado por fin y sólo los nostálgicos podrían añorar la dictadura de los soviéticos sobre ese territorio alemán/comunista, sometido a gobernantes bien pagados de poder (del martillo).
Al año siguiente, viajé entonces a Ucrania y Rusia. Era el año 1991. Estuve en Kiev, en Moscú, en San Petersburgo, en Jabarovsk, en el lejano oriente ruso, desde allí regresé en el mítico tren Transiberiano, hasta Irkutsk, en el lago Baikal. Todas las ciudades ya no eran de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al uso, era un mundo que estaba renaciendo a la libertad. Encontré la alegría del sufrido y, por otra parte, encantador y amable pueblo ruso.
Eran los restos del desastre del socialcomunismo, un régimen retrógrado, implantado desde 1917 que había empobrecido a sus gentes. Por un puñado de dólares te sembraban las manos de rublos. Apenas acababan de abrirse las puertas. Y tenían todo el tiempo por delante para rehacerse, para levantarse y olvidar el pasado, para disfrutar de poder viajar, de hacer negocios con Europa, con América, de competir de forma libre en toda Europa en cualquier deporte, de cantar y disfrutar, incluso nosotros, los de este lado, ya estábamos con ellos, viendo la grandeza de sus monumentos, de sus paisajes, de su gastronomía…
Y lo estaban consiguiendo, a trompicones, como sucede siempre, pero estaban creciendo y estábamos haciendo un mundo mejor, en esta Europa que sufrió dos terribles guerras. Es inexplicable que por un ansia de poder, sin palabras de acercamiento, por el cesarismo de una sola persona se haga daño a millones de personas, por querer una unificación forzada a cañonazos, cuando en el mundo de hoy las fronteras del mundo libre se atraviesan con la cultura, los viajes, la economía, los matrimonios mixtos que tanto se dan hoy día, … Es penoso y triste que alguien quiera a estas alturas conquistar países. Es ilusorio el poder y Putin no tendrá, con el tiempo, ni poder, ni honor, ni siquiera tendrá ya un lugar en la Historia, pues ha caído en el lado del Mal.
Esa agresión a la libertad, a la vida de hombres y mujeres inocentes, zarandeada de forma sangrienta por una guerra no tiene nombre.
Los pueblos ruso y ucraniano seguirán siendo grandes cuando el actual dictador y genocida Vladimir Putin caiga, porque a los pies de Dios nadie es superior a nadie y el tirano caerá.
El presidente Vladimir Putin se ha transformado en un genocida, en un dictadorzuelo, con una guerra contra los propios hermanos, pues muchos ucranianos tienen lazos de sangre rusa, y viceversa, una hostilidad así no tiene ningún sentido geopolítico, ni estratégico, a qué viene matar y destruir.
Putin, como César, aunque gane, está acabado. Porque aunque poseyera el territorio de Ucrania, nunca será dueño de sus gentes. Menos cuando está levantando a miles de los propios rusos contra él por esta guerra, como la venerable anciana rusa Yelena Osipova, de 94 años, una mujer que fue víctima y superviviente de los nazis en Leningrado y que ha sido detenida por protestar contra Putin. ¡Putin tú eres el nazi ahora!
¿Tú también, hijo mío?, dijo Julio César en las idus de marzo cuando le apuñaló Bruto, entre los conjurados contra él.
Putin debería comprarse una videoconsola, encerrarse en una habitación y conquistar el universo en videojuegos. Por muy listo e inteligente que se crea, ni el KGB ni la URSS existen más. Él es el último resto, el último eslabón, el último tirano soviético. Sería deseable que no tenga sucesor absorbido por el éter del poder, ¿verdad, dónde te vas a esconder? ¿Tú también Bruto?