Sánchez recupera la censura
Por: J. A. Martínez
Hay que tener muy poca vergüenza para presentar como medidas de regeneración democrática lo que es lisa y llanamente implantar la censura de prensa. Eso es lo que acaba de hacer Pedro Sánchez en el Congreso, que quiere atar en corto a los medios para que no informen de los oscuros negocios de su mujer y de su hermano, que le salpican de lleno porque él los conocía y los tapó, como le reprochó el líder del PP, Alberto Núñez Feijoo.
Sánchez se presentó en el Congreso con más humo que pajas. Anunció un plan de regeneración, precisamente él, que ha puesto las instituciones democráticas a su servicio, asaltando la tradicional división de poderes. Se le resisten algunos magistrados independientes que se niegan a aplicar la amnistía a los golpistas sencillamente porque es ilegal, así como un par de jueces valientes que investigan por corrupción a su entorno más cercano.
En cuanto a la prensa libre anunció veladas amenazadas sobre la base de garantizar una “información veraz” a los ciudadanos e impedir que haya partidos políticos que puedan “comprar” líneas editoriales, para anunciar a continuación una ayuda de 100 millones de euros para los medios acólitos. No cabe mayor burla y cinismo, tratándose de un Gobierno caracterizado por la propaganda y la mentira, arropado por el mayor y mejor pagado equipo de propagandistas y diseminadores de bulos, aunque para ello Sánchez se vale solo, siendo él el mayor de los bulos.
Los socios del inquilino de la Moncloa -grandes demócratas, salvo por sus condenas por golpismo, sedición y malversación- jalearon las medidas represoras del aprendiz de tirano, aunque pedían más dureza. Así, la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua, lamentaba que las medidas de Sánchez se quedan “muy cortas y son insuficientes”. Claro, en tiempos de la ETA estas cosas se solucionaban con un tiro en la nuca o con un coche bomba.
La pomposa comparecencia parlamentaria de Sánchez se ha quedado en una vacua representación teatral más. Dice defender la regeneración democrática, pero dirige un Gobierno y un partido que no respetan la separación de poderes -pilares de un Estado democrático- y que chapotean en el fango de la corrupción. Su mujer y su hermano están siendo investigados por dos jueces por tráfico de influencias y corrupción. El mero enunciado habría conllevado la dimisión inmediata del presidente, pero Sánchez es demasiado soberbio para admitir que la corrupción le llega hasta el cuello. Los ministros pelotas y demás jaleadores quieren ganarse el favor de su jefe atacando a esos jueces, hasta el punto de exigir el cierre del caso, como se ha atrevido a señalar el ministro de Justicia, Félix Bolaños. Todos a coro claman que Begoña Gómez no ha hecho “nada de nada”; sin embargo, si tan seguros están de ello no deberían ponerse tan nerviosos y deberían confiar en la decisión última del juez.
Sánchez no ha comparecido en el Congreso para dar explicaciones sobre los oscuros negocios de su mujer y de su hermano, con reuniones de trabajo en Moncloa con Barrabés, un empresario que se ha enriquecido desde que ha establecido contacto con la pareja presidencial. Se limita a clamar que todo es fango y arremete contra la oposición, los jueces y la prensa libre, anunciando medidas más propias de dictaduras como las de Venezuela, Rusia o Irán. Sin embargo, lo cierto es que Begoña Gómez tendrá que comparecer el viernes como imputada ante el juez Peinado, aunque Moncloa se empeñe en protegerla con medidas que se ríen del principio de igualdad. Pero los hechos se abren paso y el cerco de la corrupción se sigue estrechando sobre Sánchez. Si tuviera una pizca de vergüenza ya habría dimitido, en vez de amenazar con imponer la censura como en tiempos de Franco.