¿Sánchez tiene algún plan?

Por : El Vigía

Pedro Sánchez ya tiene el respaldo del Congreso de los Diputados para decretar un estado de alarma de seis meses de duración, situación de excepcionalidad que se combina con un toque de queda nocturno nacional, mientras las Comunidades Autónomas disputan una carrera por ver quién cierra antes sus respectivas regiones. Pero la pregunta que se formulan los indignados ciudadanos es si el presidente tiene algún plan para combatir con éxito el Covid-19, ese virus al que dijo haber derrotado en julio.

La realidad parece negar la existencia de ningún plan del Gobierno. Tenemos un presidente ajeno a la gravedad de la situación. Es del todo punto inaceptable en democracia que un jefe de Gobierno delegue en un ministro la defensa de la necesidad de aplicar un estado de alarma, renunciando a explicar la situación a los ciudadanos, sin mentiras, sin eufemismos y sin frases huecas y rimbombantes destinadas a ocupar unos minutos en los telediarios adormecedores y propagandísticos. Pero lo que no se puede perdonar es su falta de respeto a las fuerzas parlamentarias al ausentarse sin justificación del debate tras el discurso inicial del ministro de Sanidad, a quien endosó la papeleta.

Sánchez parece estar sólo para los momentos dulces. No quiere problemas. Pero gobernar tiene poco de los primeros y mucho de los segundos. Un gobernante tiene que afrontar los problemas graves, como le recordó en el debate del Pleno del Congreso Pablo Casado, contrastando la espantada de Sánchez con la determinación de Angela Merkel en Alemania, y Emmanuel Macron en Francia. Pero el presidente español parece resistir poco las obligaciones del cargo. Soporta mal que la oposición le interpele, como no le gusta tener que rendir cuentas de su gestión en el Parlamento. Durante el confinamiento de tres meses que decretó en la primera ola de la pandemia se hastió de tener que pedir al Parlamento su respaldo cada 15 días. Ahora se ha sacado de la manga que sólo acudirá cada dos meses y sin someter su gestión a ningún tipo de votación.

No es de extrañar que Pablo Casado (PP) le acusara de cometer un atropello legal con un estado de alarma de seis meses nada menos, o que Santiago Abascal (Vox) le tachara de “tirano en prácticas” por su fobia al Parlamento, al tiempo que insinuaba reclamar responsabilidades penales por su nefasta gestión de la pandemia, con más de 60.000 muertos en España, el país que lidera de manera negativa todos los indicadores del Covid-19. Pero es que hasta sus socios de la moción de censura le sacaron los colores por su incapacidad y su intento de silenciar al Congreso por seis meses más, como ya hizo en primavera, dedicándose mientras a gobernar por decreto y mando.

Y si en lo sanitario se está viendo que Sánchez no tiene ningún plan, salvo el de pasar la patata caliente a las Comunidades Autónomas, en el apartado de la economía su gestión ha encendido ya todas las luces rojas. Hundimiento récord del PIB, paro disparado al 16%, y al 40% en el caso de los jóvenes -que ven cómo se les esfuma el futuro- una deuda impagable, y unos Presupuestos que recogen una subida de impuestos, pero no para los ricos como se empeña en engañarnos el vicepresidente Pablo Iglesias, sino que dejará tiritando a las clases medias. Por no hablar de los sufridos autónomos, que además de soportar lo peor de la crisis, hoy mismo verán cómo el Gobierno les da un hachazo en forma de fuerte subida de sus cuotas mensuales, en el peor momento posible. ¿Son esos los planes de Sánchez para recuperar la economía? Por más que su ministra Nadia Calviño repita el mantra de que ya se ha tocado fondo y empieza la recuperación, este Gobierno ya no engaña a nadie. Sánchez e Iglesias han perdido la credibilidad. Uno por sus constantes mentiras, el otro por su deriva bolivariana con la que quiere arrastar a España hasta convertirla en su Venezuela.

El presidente no se cansa de decir que tiende la mano a la oposición en busca de posibles acuerdos, pero lo que hace en realidad es imponer sus condiciones. Y eso no es negociar. Sánchez debería prestar menos atención a sus oráculos de cámara y escuchar más a los ciudadanos, que asisten perplejos a una situación de extrema gravedad sanitaria, económica, política y social sin que el Gobierno tenga un plan de verdad para combatir esta crisis, que puede terminar pasándole factura.