Solo

Por: Ana Núñez

 

—Hay un monstruo en el espejo, mami.

—Ya hemos hablado de esto. No hay nada en el espejo, ningún monstruo. Es solo tu imaginación.

—¡Pero me habla! Me dijo anoche que vendría y me llevaría con él.

—Solo fue una pesadilla. Nadie te va a llevar.

—Pero él dijo…

—Silencio. Es hora de dormir.

El pequeño suspiró profundamente y ocultó una lágrima que escapaba de sus ojos.

—Sí, mamá. Buenas noches.

—Buenas noches, cariño. Voy a dejar la puerta abierta. Nada podrá dañarte. Pórtate bien. Recuerda que estoy al otro lado del pasillo.

Se acostó mientras miraba cómo su madre dejaba la habitación. Todo era mejor cuando estaba papá. Papá jugaba con él, lo escuchaba y, cuando tenía miedo, se quedaba a dormir en su habitación. El monstruo temía a papá, porque papá siempre estaba ahí. Pero papá se había ido, porque él y mamá ya no se llevaban bien. Mamá decía que papá era un inmaduro, que no ganaba suficiente dinero, que no podía cuidar de él. Que era un bueno para nada. Ahora mamá traía a otro hombre a casa, un amigo, que sí era bueno. Le traía regalos, a él y a mamá, sobre todo a mamá, pero solo venía un rato. Algunas noches se quedaba con mamá en su habitación. Cuando venía, hablaba con él, lo obligaba a hacer los deberes, a bañarse solo, a limpiarse los dientes. Nunca jugaba con él, ni le hacía la merienda, y mamá siempre le decía que no lo molestara. Que era un hombre muy ocupado. Hoy estaba con mamá en su habitación. Había llegado justo cuando mamá lo metía en la cama.

Ahora solo veía a papá los fines de semana. Papá quería estar más tiempo con él, pero decía que no podía. Que todavía no había conseguido convencer a mamá. Los fines de semana, se quedaba en la nueva casa de papá, donde no había monstruos que querían llevárselo.

La noche era clara y la luna iluminaba su habitación. Empezó a ponerse nervioso porque solo su muñeco favorito lo estaba mirando y parecía nervioso también. No le hizo caso, se dio la vuelta y cerró los ojos. Tenía que dormir porque solo era su imaginación. No había nada en el espejo. La puerta crujió y se cerró lentamente con un sonido mudo, conteniendo el aliento.

—Te dije que volvería.

El niño se escondió debajo de las sábanas.

—Puedo verte, chico.

El niño cerró los ojos con fuerza, apretándolos.

—Sigo viéndote.

—¡Déjame solo!

—Pero…, si ya estás solo. Solo en la habitación. Solo, sin tu padre. Solo, sin tu madre.

—Mi mamá está enfrente. ¡No estoy solo!

—Pero…, le dijiste que iba a volver y ella… te dejó aquí solo. ¿Por qué no se quedó contigo?

—Porque está con su amigo y tú solo estás en mi imaginación.

—¿De verdad crees eso?

—Sí.

—Entonces, debería irme.

—¿De verdad? —Nadie contestó.— ¿Te has ido?

El chico se levantó, despacio, sacó la cabeza de debajo de las sábanas, miró a su alrededor. El espejo estaba vacío y no había nadie en su habitación. Nada ni nadie. Sus juguetes, su ropa, sus zapatos, sus muebles, todo había desaparecido. Miró otra vez el espejo y vio al otro lado.

Su cama, con las sábanas desechas. Él estaba ahí, con los ojos abiertos, pero no se movía. Su ropa en la silla. Sus juguetes. Su muñeco favorito miraba la cama y el espejo con cara de espanto. El nuevo amigo de mamá salía de su habitación, de puntillas, en silencio. Vio a mamá, tumbada en el pasillo con los ojos cerrados. Su amigo pasó por encima de ella antes de cerrar la puerta.

Volvió a mirar en derredor. La gran nada. Una neblina gris. Silencio. Ni siquiera fue capaz de llorar. Solo. Ahora sí estaba completamente solo.

 

ANA NÚÑEZ: Licenciada en Biología. Amante de la literatura, escritora y cuentacuentos. Sus primeros cuentos los escribió con trece años. Sus obras van desde adaptaciones al comic (Caleórn, el Maldito; webcomic), pasando por antologías de cuentos de misterio (Ecos de Sangre; Diversidad Literaria) y novela (Sombras en la Noche; Diversidad Literaria). Actualmente está trabajando en su segunda novela, aunque también escribe relatos cortos y cuentos, cuando la inspiración lo exige.