Sánchez comienza a pagar el precio

Por: José Antonio Martínez Vega

Pedro Sánchez ya está más cerca de repetir mandato como presidente del Gobierno a tenor de los apoyos recibidos por el PSOE para hacerse con la presidencia y el control del Congreso. Sin embargo, ese respaldo de los independentistas catalanes y vascos tiene un precio muy alto, algo que no parece preocupar a Sánchez, aunque quien lo pague finalmente sea la propia nación española.

Francina Armengol, derrotada en Baleares en las elecciones del 28 M, ha sido elegida por Sánchez para contentar a los insaciables independentistas, que la ven como una de los suyos a tenor de la forma sectaria con que gobernó las islas. Esa designación parece satisfacer a catalanes y vascos, aunque tanto Junts, la formación del fugado Puigdemont, como la ERC del golpista Junqueras, han empezado a desvelar el precio que piden a Sánchez por ese apoyo: desde el uso del catalán, el gallego y el euskera en el Congreso, hasta comisiones de investigación que afectarían al Gobierno socialista por el ‘caso Pegasus’ y al anterior de Rajoy, por el papel del CNI en los atentados de Cataluña de 2017.

Sin embargo, lo sustancial viene ahora, ya que lo que está en juego es la investidura de Sánchez. Ya lo ha dicho el propio Puigdemont al subrayar que este acuerdo es sólo para la Presidencia del Congreso. Y el precio sube porque lo que exigen es nada más y nada menos que la amnistía, el referéndum de independencia y la condonación de la enorme deuda pública (70.000 millones en el caso de Cataluña).

Cualquier aspirante a gobernar un país democrático no tendría ninguna duda en rechazar someterse a semejante chantaje, que eso es lo que es. Pero Sánchez ha roto el molde. Todos sabemos que su único objetivo es ostentar el poder, mandar, que no es lo mismo que gobernar. Y como no tiene valores ni principios está dispuesto a pagar lo que le pidan, aunque sea ilegal e inconstitucional. Su segunda -y aspirante a seguir en la vicepresidencia- Yolanda Díaz, ya se está encargando de allanar el camino para conceder a los independentistas sus exigencias. Que la ley impide la concesión de una amnistía general y un referéndum de autodeterminación, pues no hay problema; la propaganda socialista ya se encargará de usar eufemismos como el derecho al olvido y la consulta, para no asustar a la parte tibia del electorado que ha avalado el entreguismo de Sánchez a los enemigos de España. 

 

Cualquier aspirante a gobernar un país democrático

no tendría ninguna duda en rechazar

someterse a semejante chantaje,

pero Sánchez ha roto el molde

 

Y ante este grave y preocupante panorama, ¿qué hace la derecha? Pues, desgraciadamente, hay que admitir que el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, no se entera de nada. Pese a ganar las elecciones del 23-J no se enteró de que no había cumplido las expectativas y eso que tenía todo el viento a favor. Feijóo gana pero tiene muy difícil gobernar, mientras Sánchez está más cerca de la Moncloa pese a perder las elecciones. Podía haber sacado lecciones de los resultados, pero como la autocrítica brilla por su ausencia, los dirigentes del PP se empeñan en facilitar las metas al PSOE. El último despropósito ha sido perder el apoyo de Vox para lograr la presidencia del Congreso porque se negó a ceder al partido de Abascal un puesto en la Mesa, siendo la tercera fuerza política. De nuevo, el mismo error, la desunión de la derecha para mayor regocijo de la izquierda, una izquierda que no duda en hacer piña aunque todos recelen de todos. 

Así pues, con lo escenificado en la constitución del Congreso, Feijóo ve cómo se alejan sus posibilidades de ser presidente. Si antes lo tenía difícil, tras la absurda ruptura con Vox que se despida porque él mismo ha despejado el camino a Sánchez. Ciertamente, a algunos en el PSOE, como García Page, no les gusta que Sánchez repita en la Moncloa con los votos de un prófugo de la Justicia como Puigdemont, de quien dice con razón que “tiene el mando a distancia de la legislatura”. ¿A qué demócrata le puede gustar esa opción? Sin embargo, se trata de una pose muy hipócrita porque si de verdad está en contra de un gobierno Frankenstein-2 agravado, Page sólo tiene que pedir a sus diputados de Castilla-La Mancha que dejen gobernar al ganador de las elecciones. Es lo que piden destacadas figuras del socialismo. Pero no lo hará y condenará a los españoles a tener un Gobierno que se vende muy barato a quienes están en el Congreso con el único fin de destruir desde dentro España.