No se va y amenaza

Por: José Antonio Martínez 

Lo ha vuelto a hacer. Pedro Sánchez se ha reído de los españoles; ha anunciado a bombo y platillo que no dimite, que sigue al frente del Gobierno “con más fuerza si cabe”, después de que él mismo se tomara un periodo de reflexión de cinco días para saber si merecía la pena mantenerse al frente del Ejecutivo. A estas alturas su credibilidad es nula, pero utilizar las instituciones para su interés personal es impropio e inadmisible.

Ha dicho que uno de los argumentos para seguir son las muestras de cariño recibidas en los últimos días, en especial las del PSOE, lo que ha “influido decisivamente”. El sábado, 12.000 simpatizantes se congregaban en Ferraz para clamar -dirigidos por la palmera María Jesús Montero- ¡Pedro no te vayas! Se conforma con poco. ¿Dónde estaban los 180.000 afiliados del partido? Al parecer, no les importaba demasiado la decisión que pudiera tomar el secretario general del PSOE.

Estamos ante una escenificación prevista. Si el querido y respetado pueblo le pide que siga, pues se sacrifica y continúa al mando del barco. Una broma. Igual que el hecho de acudir a Zarzuela a comunicar al Rey que sigue, implicando de esta forma tan artera a Felipe VI en sus enjuagues propagandísticos. Que no otra cosa han sido estos cinco días de reflexión y la decisión de no dimitir.

De la comparecencia sin preguntas de la prensa -por su conocida fobia a dar explicaciones- cabe destacar el tono empleado. En el inicio todo indicaba que iba a anunciar su dimisión porque nada le merecía la pena para seguir en el cargo. Sin embargo, en un giro teatral anunció que seguía, empleando un tono amenazador contra los partidos de la oposición, jueces y periodistas críticos, hasta el punto de pedir a la mayoría social que se movilice “en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común, poniendo freno a la política de la vergüenza que llevamos demasiado tiempo sufriendo”.

Sánchez se presentó como una víctima frente a quienes se atreven a cuestionar su manera autocrática de gobernar y frente a quienes han publicado las dudosas prácticas empresariales de su mujer, denunciada ante un juzgado por presunto tráfico de influencias y corrupción. Mucho llenarse la boca de que va a “trabajar sin descanso por la regeneración pendiente de nuestra democracia”, pero no da ninguna explicación de los casos de corrupción que acorralan al PSOE, a su círculo político más cercano y hasta a su propia familia. Todo lo despacha con que es fango esparcido por la derecha y la ultraderecha. Nada de ofrecer un pacto institucional al PP para poner fin a la crispación. No le interesa, vive mejor sembrando la discordia y el enfrentamiento entre españoles.

Había y hay muchas razones para su dimisión. Además de la corrupción, el hecho de querer gobernar pese a perder las elecciones, sabiendo que es rehén de partidos separatistas que odian España y a quienes está concediendo todo lo que le exigen, desde la despenalización de la sedición, hasta la amnistía y el más que probable referéndum de independencia. Y así no se puede o no se debería gobernar. Sin embargo, no sólo no dimite, sino que parece salir más fuerte hasta permitirse incluso lanzar veladas amenazas a quienes se le opongan. Partidos de la oposición, jueces independientes y periodistas libres están en su punto de mira.  “O conmigo o contra mí”, ha sido el núcleo de su mensaje, en su línea habitual de querer ejercer el poder sin control y sin contrapesos.