El Teatro Real estrena La nariz
Delirante, cáustica y extravagante ópera
Entre los días 13 y 30 de marzo el Teatro Real ofrecerá siete funciones de La nariz, de Dmitri Shostakóvich (1906-1975), nueva producción del Teatro Real, en colaboración con la Royal Opera House, la Komische Oper Berlin y Opera Australia.
En esta ópera surrealista y sarcástica, un alto funcionario del estado, burócrata engolado, petulante y clasista, despierta sin su nariz, símbolo de su identidad, estatus social y poderío sexual.
A lo largo de los tres actos de la partitura -una especie de collage musical vertiginoso e iconoclasta-, el protagonista, agraviado, amputado y aturdido, busca desesperadamente su nariz, que adquiere autonomía ‘humana’, usurpándole su categoría social y ascendiendo en el sacrosanto escalafón de la administración. En su frenética persecución interactúa con una galería de personajes caricaturescos -78 cantados y 9 declamados- que conforman un puzzle onírico de retales de realidad distorsionada, como en una agotadora pesadilla.
Cuando el joven Shostakóvich, con apenas 23 años, terminó de componer La nariz -estrenada en 1930 en San Petersburgo-, la devastadora dictadura estalinista comenzaba a ‘callar’ a toda una floreciente generación de fantásticos artistas e intelectuales rusos, que tenían que optar por el suicidio, el fusilamiento o la subordinación a los retrógrados y arbitrarios dictámenes del régimen. El compositor optó por vivir, manteniendo con las autoridades soviéticas una relación de ‘tira y afloja’, sometido a una constante vigilancia y censura que marcó toda su creación musical.
La corrosiva partitura de La nariz (1930) y la descarnada Lady Macbeth de Mtsensk (1934) -que se pudo ver en el Teatro Real en enero de 2000, bajo la dirección de Mstislav Rostropóvich- auguraban una brillante carrera operística a su autor, que Stalin cercenó prohibiendo la presentación de ambas obras y dejando a Shostakóvich sin aliento para escribir una nueva ópera.
La nariz estuvo silenciada 40 años en la Unión Soviética, pese a que Nikolai Gogol (1909-1952), que nació casi un siglo antes que Shostakóvich, en plena vigencia del zarismo, reivindicara precisamente el contenido absurdo, apolítico e ‘inútil’ de su relato.
En su puesta en escena de La nariz, Barrie Kosky -conocido por el público del Real gracias a su fantástica versión de La flauta mágica– reivindica la libertad surrealista del cuento de Gogol en detrimento de la crítica social, explorando la atmósfera onírica y burlesca de la ópera con enorme dinamismo y un ritmo cinematográfico, en el que las escenas se suceden en un marco oscuro, a semejanza de una película.
De hecho, Shostakóvich estuvo muy vinculado al cine desde su adolescencia -cuando acompañaba al piano películas mudas para ganarse la vida-, llegando a componer bandas sonoras para más de 30 filmes.
La partitura de La nariz evoca el montaje de secuencias cinematográficas llenas de contrastes, con la incorporación de todo tipo de sonidos y retazos musicales -gritos, susurros, sirenas, ‘charlas polifónicas’, coros atonales, canciones folclóricas, jazz, danzas- con sonoridades ásperas, estridentes y una libertad formal que se burla de los tópicos operísticos con una imaginación desbordante.
La dirección musical de esta partitura única será del inglés Mark Wigglesworth, quien volverá a dirigir al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real después del éxito, en 2018, de Dead Man Walking, de Jake Heggie. Estará al frente de un elenco coral e internacional encabezado por Martin Winkler, que estrenó la producción en Covent Garden y que participó recientemente en Arabella en el Real, interpretando el papel de Conde Waldner, padre de la protagonista.
Johannes Stepanek, responsable de la puesta en escena de La nariz en el Teatro Real, dirigirá el estreno en España de la cantata satírica Anti-formalist Rayok, de Shostakóvich, en la que participarán el bajo Alexander Teliga, la pianista Judith Jáuregui y miembros del Coro Titular del Teatro Real, bajo la dirección de Andrés Máspero, el 26 de marzo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ofreciendo otra cara oculta del compositor ruso, escondida bajo los pentagramas de su música.