CentroCentro recorre las etapas de Monet
La liberación de la pintura del corsé de la mera reproducción fotográfica de la realidad no puede entenderse sin Claude Monet (1840-1926), el creador del Impresionismo. Su talento al esquematizar lo que veía para darle una nueva imagen revolucionó el arte en su momento. Y estos días tenemos la oportunidad de disfrutar de lo mejor de su creación sin tomar un vuelo a París. Si es caso, basta con llegar al espacio cultural CentroCentro del Palacio de Cibeles para poder disfrutar de ‘Obras Maestras del Musée Marmottan. Monet’ , una retrospectiva que recorre las etapas fundamentales del pintor francés a través de más de 50 lienzos.
Para esta exposición en Madrid, el museo ha prestado obras tan excepcionales como Retrato de Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis (1905), junto con cuadros de gran formato como sus cautivadores Nenúfares (1917-1920) y sus evanescentes Glicinas (1919-1920).
La llegada de este fondo pictórico supone una gran oportunidad para conocer al artista. Se puede decir que la colección del Marmottan es la mas importante en lo que a Monet se refiere, gracias a la donación de un centenar de cuadros que su hijo, Michel, hizo a esta pinacoteca en 1966, creándose así el principal conjunto de obras hoy disponible para conocer a Monet. Esto fue así toda vez que las obras donadas entonces fueron las que conservó el autor de su ingente trabajo, unas obras que consideraba suyas y por ello plasman su propia concepción de su trayectoria vital.
Este recorrido se nos ofrece en la exposición estructurado en seis secciones. En la primera, se puede ver la propia historia del Museo Marmottan, nacido en torno al arte de la época napoleónica para convertirse, tras la donación, en la principal referencia mundial para conocer a Claude Monet.
En la segunda, ya nos introducimos en lo que es el impresionismo. Convertido en maestro de la pintura al aire libre, Monet dedicó toda su vida a captar las variaciones luminosas y las impresiones de colores de los lugares que miraba. Más que en el motivo, su interés se centraba en la transfiguración de este último por obra de la luz. Para capturar esta luz cambiante, el pintor trabajaba deprisa a base de pinceladas sucesivas y no dudaba en aventurarse por lugares expuestos a cambios meteorológicos bruscos.
En la tercera sección, se analiza el nacimiento del ‘Plein air’ cómo el advenimiento del ferrocarril y la invención de la pintura en tubos dieron más libertad de movimiento a los pintores, junto con la posibilidad de pintar al aire libre, práctica que sin embargo tenía sus limitaciones. Obligados a desplazarse con su material, los artistas elegían lienzos de pequeño formato y fáciles de transportar. El pintor recorría Francia con asiduidad e hizo varios viajes por el extranjero con el objetivo de pintar marinas, paisajes o escenas de la vida familiar.
Y ya la cuarta sección supone llegar a la madurez de Monet, cuando adquirió la finca de la prácticamente ya no se movería en Giverny, en el valle del Sena. En este enclave rural, alcanzó una estabilidad que le permitió explorar el entorno y afinar su vista y su estudio de la naturaleza pintando todos los aspectos de las plantas y flores que lo rodeaban. La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su obra en favor de plantas como los iris, los hemerocallis, los agapantos y, sobre todo, los nenúfares. El jardín acuático de su finca se convirtió en su tema predilecto.
Este esfuerzo del pintor en reflejar su jardín le llevó a recrearlo en 125 paneles de gran formato, desde 1906 hasta su muerte, de los que regaló una selección a Francia, lo que se conoce actualmente como Los Nenúfares de la Orangerie. Al representar un fragmento de su estanque en formatos muy grandes, Monet no solo prescinde de cualquier perspectiva y referencia espacial, sino que también propone sumergir al espectador en una extensión de agua convertida en espejo, con nubes y ramas de sauces se reflejan en la superficie del estanque en la que ya no se distingue entre arriba y abajo. Estos paisajes sin principio ni final invitan a una experiencia contemplativa en la que basta con representar una flor, un detalle de la naturaleza, para sugerir su inmensidad. En esto se centra la quinta sección de la muestra.
Ya en la última sección de la exposición llegamos al momento en que Monet bordea el paso del Impresionismo a la Abstracción, y desde luego su obra de este momento influiría en el posterior movimiento abstracto. Y en este momento de su vida sufrió de cataratas, una enfermedad ocular le impedía ver con claridad y alteraba su percepción de los colores. Durante la lucha del pintor contra esta ceguera progresiva, su paleta se redujo quedando dominada por los marrones los rojos y los amarillos, como dejan patente en esa época, los ciclos de El sendero de los rosales, Los puentes japoneses y Los sauces llorones.
Su pintura también se volvió más gestual. Desde entonces en sus cuadros se hizo visible la mano que sujetaba el pincel. La forma se diluye frente al movimiento y el color.
Esta fase final pone término a este repaso de la vida pictórica de Monet, tal y como él la llevo. Si te interesa este viaje en el arte y en el tiempo de la mano de uno de los grandes de la pintura universal, puedes hacerlo en CentroCentro hasta el próximo 25 de febrero.