Dimisión o moción de censura

Por: José Antonio Martínez

Pedro Sánchez y su Gobierno hacen agua. Uno de los más feos casos de corrupción les ha estallado en la cara. Si a ello se suma que el Tribunal Supremo acusa a Puigdemont de terrorismo, la amnistía se vislumbra imposible de aplicar en el supuesto de que se apruebe. Se atisba pues una larga agonía para el inquilino de la Moncloa, que podría eludir si presenta la dimisión más pronto que tarde. Y si no lo hace, el líder del PP debería pensar la baza de la moción de censura.

El ‘caso Ábalos’, como lo bautiza el PP, va más allá del entorno del sacrificado exministro de Transportes. Nadie cree a estas alturas que Ábalos no estuviera al tanto de los manejos de su asesor Koldo García para enriquecerse con las mascarillas en plena pandemia. Por lo mismo, resulta difícil de digerir que Sánchez desconociera la trama de corrupción cuando ésta parece salpicar a su entorno más cercano, como son el propio Ábalos y el ahora secretario de Organización Santos Cerdán, además de a seis ministros, la presidenta del Congreso y dos gobiernos autonómicos. Si algo caracteriza a Sánchez es que nada se mueve en el PSOE o en el Gobierno si su visto bueno. Por eso tiene un problema muy serio y ante ello no vale soltar una frase para los periódicos y televisiones como lo de ser implacables con la corrupción y quien la hace, la paga. Eso es una simple tirita que no tapona la hemorragia.

Nunca hubiera imaginado Sánchez hace unos meses, desde que fue erigido a la presidencia del Gobierno con los siete votos que controla el prófugo Puigdemont, que la situación política se le iba a convertir en un infierno. En Galicia sufrió una estrepitosa derrota, en línea con todas las anteriores elecciones a las que se ha enfrentado él o su partido. Después, la amnistía -a la que ha fiado toda su acción de gobierno- se le tuerce porque los jueces a los que querría ver uncidos a su yugo, no sólo no ceden sino que acorralan a su socio Puigdemont, al que acaban de abrir causa penal en el Supremo por terrorismo. Y, finalmente, estalla el caso de las mascarillas, que va camino de ser uno de los más fétidos de la ya larga tradición de corrupción del PSOE.

En esa tesitura, con la corrupción a las puertas de Moncloa, con un Gobierno en minoría, roto y enfrentado, chantajeado por independentistas, prófugos y filoterroristas, y con una oposición fuerte, que acapara casi todo el poder territorial y la mayoría absoluta en el Senado, la única salida que se le abre a Sánchez es la de la dimisión. Y si se niega, como le aconseja su manual de resistencia, el PP de Feijóo debería plantearse la presentación de una moción de censura, igual que hizo Sánchez en 2018 cuando argumentó su lucha contra la corrupción para desalojar a Mariano Rajoy del Gobierno. Ironías del destino.

Feijóo sabe que no le salen las cuentas para que triunfe una moción de censura, pero no debería descartar posibles sorpresas. Así, Podemos tendría una buena ocasión para posicionarse contra la corrupción en un intento por eludir su inevitable desaparición política; Puigdemont podría tomarse la revancha, sabedor de que su regreso se hace imposible; y el PNV porque, si fuera coherente, votaría a favor de la moción de censura, como ya hizo contra Rajoy enarbolando la bandera contra la corrupción. Hoy, el Sánchez que se presentaba como el gran regenerador de la vida pública, ha hecho de su política un albañal. ¿Qué mayor razón para desalojarlo de Moncloa?