Félix Rosado, la voz poética de la pandemia
Por: Antonio Ángel Usábel
En 1348 asoló la ciudad de Florencia la peste bubónica. La vida normal de la población se detuvo, y lo prioritario era ponerse a salvo y no enfermar. Unos huyeron al campo, con mejor o peor fortuna; otros bebían y comían sin cesar, hasta hartarse, creyendo que eso les protegería del mal. Otros se metían hierbas aromáticas en las narices, para paliar el olor nauseabundo de la muerte. Los parientes se evitaban entre sí –por miedo–, y muchos hubo que murieron solos y fueron enterrados en fosas comunes. Las casas quedaban abiertas, desoladas, y era fácil franquearlas. Cuando un clérigo presidía la comitiva exigua de un difunto, se encontraba, al llegar a la iglesia, que le habían colgado otros siete cadáveres. Los cerdos que hozaban en los despojos, yacían a la hora panza arriba, víctimas de su gula. En dos meses, la enfermedad se llevó de este mundo a más de cien mil florentinos. Era tal la amenaza de no ver un nuevo amanecer, que hombres y mujeres perdían el recato, intimando en lo secreto y cercenando la preciada honestidad. Estando en la esencia de estos peligros, siete damas y tres jóvenes parientes suyos salieron de la ciudad y se aislaron en un palacio, en lo alto de una colina. Para pasar las tardes con algo de entretenimiento, los moradores se dieron a contar novelas. Así nació el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, obra surgida para mitigar el dolor y la soledad de una mortífera pandemia.
En marzo de 2020 se inició, para los españoles, un tiempo largo de confinamiento. La Covid-19 aconsejaba probar la prudencia de la distancia y quedar aislados en las casas. Al mismo tiempo, y como si el drama medieval resurgiera espantoso, los enfermos que morían lo hacían solos; sin protocolo eran llevados al depósito, y de ahí al cementerio. Los familiares se enteraban de la defunción cuando el muerto estaba ya enterrado. El coronavirus se cebó, especialmente, en las residencias de mayores, quienes no eran los únicos, sin embargo, en perecer. Cambió radicalmente las costumbres y formas de relación de todo el mundo. El trabajo pasó a ser, obligadamente, teletrabajo; cerraron los bares, comercios no indispensables, cines y locales de ocio. La gente solo podía salir para comprar comida o pasear al perro. Los niños debían aguantar en las casas, apuntalando su propio enfado con la paciencia de los mayores, y convirtiéndose en pequeños héroes forzosos de una situación extraña, insólita, y que a su tierna edad no comprendían.
El hombre es un ser social. Necesita relacionarse: hablar, intimar, expandirse. Con el coronavirus, no lo puede hacer de manera espontánea, libre, abierta y natural. El coronavirus ha impuesto una especie de monacato seglar. Los encuentros son limitados, las experiencias también. El libro de Félix Rosado Martín García Barbero ‘Encerrados y libres. Poéticas en días de coronavirus’ (Editado por Amazon, en diciembre de 2020, ISBN 9798572863390) es una respuesta y una certificación de esa nueva realidad. La paradoja del título parece elogiar la rebeldía de la naturaleza humana de, cuando menos, creerse o sentirse libre. “No encerrarán entre murallas mi pensamiento –dice Maximiliano Rubín, camino del manicomio de Leganés en la novela cumbre de Galdós–. Resido en las estrellas.”
Por la pandemia, nosotros debemos aprender a residir en las estrellas, a superar con la fuerza de nuestra mente cualquier muro, toda adversidad de reclusión. Nos hemos convertido en presos en régimen abierto. En los días más duros, unas cuantas semanas en que no se podía casi pisar la calle, el domicilio era nuestra cárcel. Y era, entonces, cuando la consciencia más se desesperaba y más mordía la soledad del aislamiento. Todos nosotros lo hemos vivido, y lo tenemos presente. Pero debemos confiar en nuestra fortaleza, en nuestra capacidad de superación, y salir adelante. Podrán venir tiempos mejores, pero, si llegan peores, habrán de encontrarnos preparados para ello, orgullosos de nosotros mismos, férreos luchadores contra lo terrible. Al fin y al cabo, generaciones anteriores vivieron una guerra, que es cosa peor. Los que sobrevivieron, digerían piedras y alcohol de quemar. Quedaron recios como cedros.
Los tiempos actuales nos exigen superar esta prueba cruel y áspera de la pandemia. El agente es peligroso, pero no letal de necesidad. La prevención es, por ahora, nuestra mejor arma. Nuestra mente debe abrirse a las posibilidades de la imaginación, la “otra verdad”. Y este artificio es lo que justamente propone Félix Rosado con su poemario: proclamar la libertad de nuestro pensamiento.
El mejor tema del libro es, desde luego, el primero, ‘Encerrados y libres’, que es el que sirvió de motivo de inspiración para los demás poemas. Es como un himno, una nueva Salutación del optimista: “Y que las palmeras crecen robustas / en el oasis de la vida, / aunque haya alrededor un infierno.”
A partir de ahí, el autor alza su vuelo, literalmente: son los cisnes, jilgueros y gorriones, seres privilegiados que surcan el aire, que no están tan sujetos por la ley de la gravedad, quienes no parecen vivir la amenaza. La garza que emigra, mientras el poeta se asoma a la ventana, y su visión diaria es lo que desde ella ve. La rutina de la inacción se instala en el apartamento y es el monólogo el que traspasa fronteras y nos señala los caminos del delirio: esas otras voces sublimadas por flores de interior. Paisaje de baldosas uniformes y horizonte pintado en la pared. El poeta se esfuerza por percibir el aliento del orbe natural donde no se disfruta: “Imagino que ya es / pronto para esperar / en la encrucijada de amapolas / como pétalos que caen del techo de tu / cabaña…”. Cunde la desorientación por no variar ni un ápice el escueto paisaje: “Ya no estamos aquí, ¿dónde estamos?”. A lo largo del libro, el lector se va identificando con sensaciones parecidas a las vividas por Félix, en una disertación paulatinamente más hermética, menos sencilla, más abigarrada, hacia arcanos ancestrales de viejos dioses y hondas culturas guerreras: “Lo que decían los antiguos es más cierto (…) / por eso saltaban por encima del fuego / con esas miradas atávicas / con su hablar con el Sol.” Leva chamánica de penumbras y sombras con unas tazas de café. El viaje sin rumbo. Sin origen. De final incierto y vuelta aleatoria a la normalidad.
‘Encerrados y libres’ es un testimonio necesario de lo ocurrido a partir de 2020. La voz inquieta –pero segura, coherente—de un poeta, que se manifiesta en paz por el bien del mundo. Es ahora lógico: lo normal vale ya su peso en oro.
‘Encerrados y Libres’ está disponible en Amazon.
Antonio Ángel Usábel es doctor en Literatura Hispanoamericana.