Plan satánico de dominación y control

Por: Laureano Benítez 

Desde hace ya bastantes años es práctica común la observación en nuestros cielos de unas extrañas formaciones “nubosas”, en forma como de gasas casi transparentes, de brochazos, que se desparraman por el cielo hasta cubrirlo por completo con frecuencia. Estas formaciones vienen precedidas y van acompañadas por el vuelo de unos aviones que dejan tras de sí unas estelas también bastante extrañas, que se presentan en poco tiempo a baja altitud, extendiéndose progresivamente y fusionándose hasta formar las ya mencionadas “gasas”. Esas “nubosidades” blanquecinas van acompañadas de sequía y de aumento de las temperaturas.

Por todas partes en nuestra geografía se ven los cielos acribillados con esas estelas, que se cruzan con frecuencia formando cruces, redes reticulares, un grotesco “tres en raya” con el que parece que siniestros aviadores se están burlando de las masas que están siendo gaseadas sin saberlo.

Las quejas, las reclamaciones, las protestas y las denuncias se suceden cada vez en mayor número, pues cada vez más gente muestra su indignación ante este tremendo escándalo: ver un Gobierno que, lejos de velar por la salud y el medio ambiente, utiliza nuestros impuestos para gasearnos implacablemente, siguiendo lacayunamente órdenes de más arriba, de la jerarquía que acogota el mundo con su increíble maldad.

Hay semanas en las que es casi imposible ver una nube de verdad, de las de antes, de las de siempre… uno de esos cúmulo-nimbos algodonosos, esponjosos, multiformes, bellísimos, esas maravillas naturales que presidieron los cielos durante años, siglos y milenios, que pintábamos con amor y admiración en nuestros dibujos infantiles.

La batalla ya está planteada entre muchos agricultores y ganaderos contra los gobiernos autonómicos, los municipios, los organismos responsables de esta atrocidad fumigadora, los ministerios… contra el Gobierno genocida que tras la masacre vakunatoria nos gasea ahora sin piedad, para continuar con su satánico plan de dominación y control.

Fumigan campos y ciudades para provocar un cambio climático del que luego nos hacen responsables por conducir egoístamente nuestro vehículo de combustión, y por comer insolidariamente carne y otros productos creadores de “huella de carbono”. Calientan el Planeta con sus ventosidades tóxicas, y luego nos vuelven a fumigar con la excusa de combatir el aumento del CO2.

Pero la borregada que se pinchó, que se creyó la basura covidiana de los medios de comunicación, que se asfixió a porfía con los nocivos bozales, que aplaudió a sus torturadores desde sus patéticos balcones, que vota entusiasmada en la “fiesta de la democracia”, que se cree que vivimos en una democracia, que los niños vienen de París… esa masa ovejuna que denigró y marginó a los libres, a los despiertos, sigue sin querer ver nada, y menean la cabeza cuando alguien les dice que miren al cielo, que nos están envenenando, murmurando que estamos locos.

Sí, son los mismos que protestaban cuando nos veían sin bozal, que dejaron de ser nuestros amigos y nuestros parientes cuando les dijimos que jamás nos inokularíamos la basura satánica… Son la misma carne de cañón, la misma masa arrebañada que se carcajea en las terrazas mientras un cielo tóxico se desploma sobre sus cabezas.

Si alguna vez levantan sus ojos hacia arriba –dejando de mirar al móvil por unos segundos– no ven nada, sino unos simples aviones comerciales que dejan unas inofensivas estelas de vapor de agua, como les ha dicho la televisión: claro, tiernos corderillos, las vakunas curan y las estelas son vaporcitos de agua.

Pero es que a esta masa dormida les da igual todo: que adoctrinen a sus hijos, que manipulen las elecciones, que les pinchen con tóxicos, que les suban los precios, que les quiten el coche, que le hagan la vida imposible por tener una huerta, que les machaquen con abusivos impuestos, que les roben con descaro, que les destruyan los pantanos, que no llueva nunca, que les profanen los templos, que sus trabajos sean precarios, que les llamen progenitores gestantes o no gestantes, que profanen cadáveres, que les gaseen desde cielos infectados…

Todo les da igual, todo, mientras puedan disfrutar de su tetralogía: familia, goles, Netflix, y paguita.

Y, si se da el caso de que algunos aciertan a ver una chispa de luz en este horror apocalíptico, se convencen a sí mismos de que a ellos no les afectará ninguna de las plagas que asolan el mundo: se pinchan, pero la vakuna será inofensiva para ellos; en los colegios se adoctrina con la perversa LGTBI, pero a sus hijos no les afectará; es verdad que nos están gaseando, pero ellos se librarán de las maléficas rociadas; quieren que comamos repugnantes insectos, pero ellos seguirán con sus hamburguesas angus; habrá escasez y racionamiento de agua, pero ellos tendrán en sus casas una fuente inagotable; robarán el coche a los demás, pero ellos seguirán conduciendo sin restricciones por todas partes.

Luego está el caso de los funcionarios del horror, de los policías que ponen multas por un quítateme allá esos bozales; de los médicos que saben que son responsables de haber llevado a sus pacientes a la enfermedad y a la muerte por haberles inducido a la inokulación luciferina; el de los pilotos que gasean sin misericordia; el de los jueces que archivan las causas que se refieran a acusaciones contra el NOM; el de los politicastros que son conscientes de que están colaborando con el imperio de Satanás… todos se justifican diciendo que cumplen órdenes, que tienen una familia que mantener y defender… Y la pregunta surge por sí sola: ¿Es que acaso no son conscientes de que su familia será también víctima de vakunas y fumigaciones, de las restricciones que harán la vida insoportable? ¿Es que no quieren aceptar que hoy en día, en esta guerra apocalíptica que padecemos, defender una familia es bastante más que darles el pan de cada día? ¿Es que no quieren entender que su inacción o su colaboración con el Mal repercutirá negativamente en los suyos? ¿Tanto les cuesta comprender que su cobardía funcionarial les hace responsable del sufrimiento de quienes le rodean?

Muy posiblemente, este funcionariado indiferente, kobarde y colaborador esté siendo víctima de un síndrome que podemos llamar “síndrome de la langosta”, una espectacular pandemia que explicó magistralmente el escritor americano Nathaniel West en su novela “El día de la langosta” (1939): “Hay pocas cosas más tristes que lo realmente monstruoso, porque, cuando ves venir  la langosta arrasando todo a su paso como la marabunta, no puedes hacer nada, y entonces la única solución es convertirse en otra inútil y repugnante langosta”.

 

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